Acompañar, no controlar: cómo ayudar a tu hijo a gestionar sus emociones
Hay momentos en que ver a nuestros hijos llorar, gritar o frustrarse nos incomoda, nos duele verlos así. En ocasiones lo primero que queremos es que dejen de sentirse mal, en esa prisa por “calmar” la emoción, sin querer, terminamos invalidando lo que sienten. La realidad es que las emociones no son el problema, ell verdadero reto está en cómo las acompañamos.
La importancia de permitir sentir
Desde pequeños, muchos aprendimos que mostrar tristeza, miedo o enojo era señal de debilidad o mal comportamiento. Nos decían: “Deja de llorar”,“No te enojes por eso”, “No es para tanto.” Y sin darnos cuenta, crecimos creyendo que sentir estaba mal.
Nuestros hijos no necesitan que les quitemos la emoción, sino que les enseñemos a navegar con seguridad. Cuando un niño puede sentirse triste, molesto o frustrado y aun así sentirse amado y comprendido, está aprendiendo una de las habilidades más importantes de la vida: la regulación emocional.
Acompañar no es lo mismo que permitirlo todo
Acompañar una emoción no significa que aceptas cualquier conducta. Podemos validar lo que sienten y, al mismo tiempo, marcar límites sobre cómo expresar esa emoción. Por ejemplo: “Entiendo que estás enojado porque no quieres bañarte, pero no puedes tirar las cosas. Si necesitas gritar, grita en la almohada o ven, te ayudo a respirar.”
Validar no es ceder, es mostrar empatía sin perder la guía.
Herramientas prácticas para acompañar emociones
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Ponle nombre a la emoción.
Ayuda a tu hijo a reconocer lo que siente: “Veo tu cara, parece que estás frustrado porque el bloque no encaja.”
Nombrar lo que sienten les da lenguaje emocional y reduce la intensidad del momento. -
Usa la calma como ancla.
Los niños aprenden regulación observando cómo reaccionamos. Si tú mantienes la calma, tu hijo aprende que las emociones fuertes pueden manejarse sin perder el control. -
Crea espacios seguros.
Ten un lugar tranquilo donde tu hijo pueda respirar, dibujar o reconectarse cuando esté molesto. No es un castigo, es un espacio de pausa y contención.
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Modela vulnerabilidad.
Si un día estás triste o enojada, dilo con palabras simples: “Hoy estoy un poco cansada, necesito respirar.” Eso enseña que sentir no es peligroso ni vergonzoso.
Cuando acompañas, siembras seguridad
Cada vez que eliges escuchar en lugar de gritar, validar en lugar de juzgar, estás sembrando seguridad emocional. Tu hijo aprende que no necesita esconder sus emociones para ser querido, y eso crea una base sólida para su autoestima, su empatía y su capacidad para conectar con otros.
Recuerda: los niños no necesitan padres perfectos, sino adultos disponibles y coherentes, que los acompañen incluso cuando no saben cómo resolverlo todo.
Acompañar también te transforma a ti
Acompañar las emociones de tu hijo también te invita a mirar las tuyas. Porque muchas veces, el enojo o la frustración de ellos despierta heridas o cansancio nuestros. Ahí también hay espacio para sanar. Permítete aprender junto a tu hijo(a), permítete sentir sin culpa. Sobre todo, permítete ser esa calma que ellos aún están aprendiendo a construir.
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